Mérope es la más pequeña de las Pléyades, las siete hijas de Atlas y Pléyone en la mitología griega. Su paso por el firmamento, perseguidas eternamente por la constelación de Orión, marca el inicio y el fin del verano. Debido a eso en la Antigüedad fueron muy veneradas. Pero de las siete estrellas, Mérope es la que permanece siempre oculta, con un brillo más tenue, pues según cuenta la tradición fue la única de las Pléyades que se casó con un mortal.
Así se llamaba mi barco en honor a la más especial de las siete hermanas. Nos separamos ayer, cuando la adoptó otro marino, y me costó mucho desembarcar por última vez. Pensar que ya no era mía. O yo ya no era suyo, tantas veces como tuvo mi destino sobre su quilla, en sus cabos, en sus mamparos y en sus velas. Me costó dejarla en otras manos, libre de nuevo, con sus viejas manías y su apacible temperamento
Cuando salté al pantalán y me alejé de allí recordé amaneceres, sentí el viento, las olas discurriendo contra el casco, esas últimas luces del día coloreando de calidez el mar, ese mar Mediterráneo antiguo e imprevisible. Y me sentí un poco más viejo, marino sin barco, añorando en cada paso el suave balanceo de cubierta, ese que aún siento a veces al cerrar los ojos, ese que me esforcé en sentir de nuevo para decirle adiós.
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