Fue un hecho sin importancia, pero suelo recordar este tipo de cosas. Sucedió hace años, cuando yo acababa de doblar los treinta. Solía volver del trabajo por una calle que está cerca de un instituto de secundaria. A la hora que yo pasaba por allí, más o menos las tres y cuarto, solía coincidir con grupos de chavales que acababan de salir de clase.
La mayoría de ellos eran ruidosos, asilvestrados y hablaban a gritos queriendo llamar la atención. Pero siempre había excepciones. Una chica que leía un libro en la parada del bus, un par de chicos que discutían con moderación y sólidos argumentos sobre el partido del día anterior e incluso un día vi a uno salir con un par de periódicos bajo el brazo. Gente rara, supongo.
A mí me encantaba ver que pese a la televisión, pese a la ESO y a todos los prejuicios de los que ya habíamos dejado atrás la infancia, había chicos de todo tipo. Y todos reivindicaban su sitio, su manera de ser y su trozo de futuro. El que nosotros estábamos ocupando.
En ésas estaba cuando sucedió. El semáforo de peatones acababa de ponerse en rojo y me detuve ante el aturullado fluir del tráfico. A mi lado se pararon dos chavales, mochila al hombro. Uno venía burlándose del otro que permanecía impasible y con la vista clavada en el semáforo del otro lado de la calle.
-¡Crucemos ya!- dijo el primero.
-¿No ves que está en rojo?- contestó el otro.
Pese a la evidencia, el primero decidió cruzar y tuvo que sortear dos coches y una sonoro claxon antes de llegar al otro lado, con aire triunfal.
-¡Cruza ya pringao!- gritó desde el otro lado.
Mi compañero de semáforo siguió impasible, aunque con cierto aire de fastidio por estar llamando la atención por culpa de su amigo.
-¡Lo que te pasa es que no tienes huevos!- gritó de nuevo desde la orilla opuesta, ahora rematando la jugada con una burlona carcajada.
Miré de soslayo a mi estoico compañero y me pareció ver una media sonrisa asomando en su rostro, la misma que luce el jugador de ajedrez cuando contempla el movimiento en falso de su oponente que le pone el jaque mate en bandeja de plata.
-Lo que no tengo es prisa, idiota- sentenció.
Confieso que exageré la sonrisa que me provocó la réplica. Lo hice sólo con el objetivo de que el perdedor de la otra orilla se avergonzase aún más. Que descubriera que no sólo su amigo había disfrutado con aquello. El semáforo se puso en verde y ambos cruzamos despacio y con paso seguro, albergando la secreta satisfacción de la victoria.
La mayoría de ellos eran ruidosos, asilvestrados y hablaban a gritos queriendo llamar la atención. Pero siempre había excepciones. Una chica que leía un libro en la parada del bus, un par de chicos que discutían con moderación y sólidos argumentos sobre el partido del día anterior e incluso un día vi a uno salir con un par de periódicos bajo el brazo. Gente rara, supongo.
A mí me encantaba ver que pese a la televisión, pese a la ESO y a todos los prejuicios de los que ya habíamos dejado atrás la infancia, había chicos de todo tipo. Y todos reivindicaban su sitio, su manera de ser y su trozo de futuro. El que nosotros estábamos ocupando.
En ésas estaba cuando sucedió. El semáforo de peatones acababa de ponerse en rojo y me detuve ante el aturullado fluir del tráfico. A mi lado se pararon dos chavales, mochila al hombro. Uno venía burlándose del otro que permanecía impasible y con la vista clavada en el semáforo del otro lado de la calle.
-¡Crucemos ya!- dijo el primero.
-¿No ves que está en rojo?- contestó el otro.
Pese a la evidencia, el primero decidió cruzar y tuvo que sortear dos coches y una sonoro claxon antes de llegar al otro lado, con aire triunfal.
-¡Cruza ya pringao!- gritó desde el otro lado.
Mi compañero de semáforo siguió impasible, aunque con cierto aire de fastidio por estar llamando la atención por culpa de su amigo.
-¡Lo que te pasa es que no tienes huevos!- gritó de nuevo desde la orilla opuesta, ahora rematando la jugada con una burlona carcajada.
Miré de soslayo a mi estoico compañero y me pareció ver una media sonrisa asomando en su rostro, la misma que luce el jugador de ajedrez cuando contempla el movimiento en falso de su oponente que le pone el jaque mate en bandeja de plata.
-Lo que no tengo es prisa, idiota- sentenció.
Confieso que exageré la sonrisa que me provocó la réplica. Lo hice sólo con el objetivo de que el perdedor de la otra orilla se avergonzase aún más. Que descubriera que no sólo su amigo había disfrutado con aquello. El semáforo se puso en verde y ambos cruzamos despacio y con paso seguro, albergando la secreta satisfacción de la victoria.
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2 Comentarios
Mira per on et vares topar amb un adolescent que no cedeix a la pressió de grup. D'aquest també n'hi ha. El grup a vegades marca més que la família.
ResponderEliminarHòstia nen! Sembla que estic fent un comentari professional.
Serà que la deformació professional pot més que una altra cosa, o serà la meva adolescència?
Au idò, que passis un bon dia.
Molt bon dia per a tu també i gràcies pel comentari: professional o personal... tot s'hi val!
ResponderEliminarPareado al canto! ;-)
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